REVISTA N° 4:
A la espera de Dios
Entre las posiciones extremas
que representan el misticismo y el supuesto ateísmo,
¿Qué estatuto tiene actualmente la idea
de Dios? Si bien históricamente Dios fue presentando
distintos aspectos para cada cultura, siempre fue
un recurso necesario para el hombre sea cual fuese
el rostro que asumiera.
La complejidad de posiciones que se presentan en la
época actual con respecto a su existencia exige
una reflexión sobre el tema. Desde la filosofía,
por ejemplo, se observa un cambio de posición
en muchos pensadores, quienes ubicados en el ateísmo
han reconsiderado la problemática de lo divino,
y esto en la medida en que la idea de Dios sigue siendo
aún una respuesta necesaria. Esto no impide
que surjan las preguntas, ¿qué rostro
hay que adjudicarle a Dios en la posmodernidad? ¿A
qué divinidad se consagra el hombre de hoy
en las diferentes culturas? ¿A un Dios que:
"es todo lo que existe", por ser el demiurgo,
creador del mundo mismo, o a un ateísmo para
el cuál "Dios ha muerto" -como dice
Nietzche? Versión que, por otra parte, es reformulada
por Jacques Lacan quien considera que la verdadera
fórmula del ateísmo supone, no que Dios
haya muerto, sino que "Dios es inconsciente".
Ya Freud revolucionó el estatuto de la religión
al decir que ésta es un recurso que, junto
con el arte y la educación, implican maneras
distintas de resolver la renuncia a una satisfacción
pulsional. Si la religión propone la renuncia
a todos los placeres terrenales en beneficio de una
vida eterna que le brindará la satisfacción
esperada, esto para Freud quiere decir que la religión
no es otra cosa que la proyección de lo que
ha implicado para el hombre la renuncia inmediata
a esa satisfacción de la pulsión, como
exigencia del principio de placer.
La promesa de satisfacción futura, con la renuncia
a todo placer terrenal, tiene su máximo exponente
en la posición subjetiva del místico
que denota un verdadero goce en el encuentro de la
fusión del alma con la divinidad dejando de
lado todo interés por la vida terrenal: "muero
porque no muero ", decía Santa Teresa.
En su ascesis cristiana, los místicos buscaban
ir más allá del "don divino".
Se dirigían al Otro del misterio de la Encarnación
esperando a partir de ese rapto poder elevarse a un
estado de mayor purificación y renuncia.
La religión tiene su lugar, también,
dentro de la psicopatología. Desde el neurótico
obsesivo que despliega su culto privado consagrándose
a las coordenadas del Edipo con sus rituales ocultos,
y sosteniendo así con sus síntomas la
père-version; hasta el otro extremo de la clínica
donde, la erotomanía pone en evidencia el rasgo
particular de este delirio pasional como forma extrema
del amor muerto, y especialmente el delirio místico
en que se aspira a un encuentro asintótico
con Dios.
La religión ha sufrido un desplazamiento de
la escena del mundo por efecto de la ciencia. Por
un lado, el sujeto de la creencia, que en la Escolástica
tuvo su pleno desarrollo en virtud de la búsqueda
de la verdad revelada, fue sufriendo una transformación
por efecto de la caída de la fe en aras de
la razón; pero, por otra parte, la explosión
que se produce, entre el renacimiento y la posmodernidad,
por el surgimiento de la ciencia, ejerce su efecto
no sólo sobre la figura de Dios, (que no es
otro que el lugar del Otro) sino que, correlativamente
este empuje afecta la subjetividad.
El pragmatismo de la ciencia opaca la fe en el dogma
religioso. La prueba ontológica de la existencia
de Dios queda relegada a otra clase de creencia en
virtud de pruebas del orden de lo empíricamente
comprobable. De este modo, la Verdad revelada, cede
su lugar a los criterios de verdad o falsedad relativos
a una fehaciente adecuación de los axiomas
a la realidad. Sin embargo, en este proceso, se podría
pensar que se produce un nuevo anudamiento a otra
forma de creencia en un Otro que podría procurar
una satisfacción inmediata ofrecida por los
múltiples objetos, producto de la tecnología.
Pero ¿no se trataría siempre de lo mismo?
¿No serían todas maneras de intentar
resolver la angustia existencial? ¿No serían
todos intentos por paliar el desamparo fundamental
en el que se encuentra el hombre una vez que es arrojado
al mundo?, tal como lo ubicó San Agustín:
"inter urinas et faeces nascimus". Pero
este cambio en la subjetividad ligada a la caída
de la fe, no es sin consecuencias. ¿Por qué
no pensar que hay un retorno de lo reprimido justamente
porque "Dios es inconsciente", y que esto
se expresa en un movimiento que insiste en su búsqueda,
aun en su forma más paradojal?
Las posiciones fundamentalistas con las que son convocadas
todas las guerras que invocan el nombre de Dios, son
también las que reducen finalmente al sujeto
a un puro objeto de deshecho.
Beatriz Schlieper
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